Carlos Enrique Cartolano: adiós, maestro


Carlos Enrique Cartolano era de los poetas más grandes y humildes que conocí en mi vida. Un perfeccionista de la palabra, un tipo que se dedicó con el alma a la escritura, que no buscaba la fama, sino la erudición, la literatura pura. Lejos del yo y de los focos, escribía con una pasión y una entrega inéditas. Paría libros únicos, de esos que son parteaguas, que te cambian por dentro.

Leer La imitación de Marc Chagall, en digital, me voló la cabeza. Tremendo ese ritmo, ese homenaje al pintor, esas pausas y respiraciones del poema. Era una poesía diferente. Él lograba ponerle una pasión inmensa a poemas de apariencia mental y lógica (pero que ardían por dentro). Él lograba que el idioma español pareciera una cosa nueva y hermosa en cada uno de sus textos. Tensaba las posibilidades de expresión y las llevaba siempre más allá.

Cubierta del libro «La imitacion de Marc Chagall», de Carlos Enrique Cartolano sostenido por una mano delante de una biblioteca.

Hace un par de años, a raíz de la lectura de La imitación…, escribí una breve reseña en este blog, un comentario de mi lectura. No recuerdo si yo misma le dije o si él se enteró, pero él me escribió emocionado y ese día puso la foto de mi mano con su libro delante de mi modesta biblioteca como foto de perfil. Así de humilde y generoso era. Carlos miraba a los demás como iguales. Y eso que se merecía (se merece) un pedestal. Se merece todo el reconocimiento, se merece recibir el amor y esa mirada atenta con que nos miraba.

Nunca me saqué una foto con él y lo lamento muchísimo porque quisiera ese recuerdo personal, tenerlo cerca de algún modo. Sin embargo, lo encontré recién en una foto junto con su amada Nora Albalat del Buono, en un Abrazo de Voces, y está ahí, como un espectador más, de perfil, sin mirar a cámara, y ahora pienso que así era él. Así de sencillo, así de humilde, poniendo toda su atención en el arte.

Carlos Cartolano y Nora Albalat del Bono sentados y de perfil, entre el público de Abrazo de Voces.

Hemos perdido a un enorme poeta y me duele el alma. Hemos perdido a un editor que se la jugaba por sus autores. Lo hacía con un convencimiento férreo, aguerrido, comprometido. Cuánta tristeza, por favor. Qué injusta es la muerte por llevarse a Carlos, que era uno de los buenos, uno de los que hacía del mundo un lugar mejor. Qué huérfana quedó la poesía ahora.

A Carlos Enrique Cartolano.
Que la poesía lo tenga en la gloria.

Ahora que el pastor se ha ido
nos queda un campo desmadrado
de palabras salvajes,
indómitas.

Cuando llegaba él
ellas venían de lejos
llegaban en montón como palomas
a la mano que alimentaba.
Llegaban caminando
blandamente
con la docilidad de quien ha entregado
el corazón
atraídas hacia el pastor que guía
siempre a los mejores pastos.

El campo parecía vacío
pero había que verlo
yo fui testigo
él hacía algo un gesto con la mano, un silbido,
un reclamo como el de los benteveos
y ellas aparecían
se ordenaban solitas
y lo miraban con sus ojos grandes
y mojados.
Un verdadero milagro
al que asistíamos
como a una misa.

Pero el pastor ha muerto.

Un verbo impensado para quienes saben de campo
porque quien ve cielo y campo abierto
sabe del viento y los colores
y los ciclos pero

el pastor ha muerto
y las palabras mírenlas
han venido solas a su puerta cerrada
y están ahí afuera
balando lastimeramente
aprendieron el reclamo que alguna vez fue de él
todas ellas se han reunido afuera
son una manada salvaje e indómita
y doliente
que lo llama

y cómo ayudarlas
pobrecitas
cómo
si estamos tan solos como ellas
mirémonos
si somos también una manada que bala
con estupor y tristeza
otra manada confundida y aterrada
ante una puerta cerrada
porque ya no está su pastor.

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