- El escritor debe ser libre. No debe atarse a ninguna corriente literaria ni política.
- El escritor de raza escribe como escribe porque así lo elige, no porque es la única manera en que le sale. La exploración es una condición sine qua non.
- El escritor no puede dejar de escribir. Si alguien se lo pidiera, por las razones que fuera, lo estaría obligando a un suicidio. Nadie debe esperar que un escritor deje de serlo. Es la mayor forma de violencia que existe para la literatura y para los hombres y mujeres que eligen esta profesión.
- Si una persona lee, es un lector. Si una persona lee y escribe, es un escritor. Si una persona escribe solamente, pero no lee, es un imbécil.
- El escritor no devuelve favores literarios, no opina favorablemente de otros escritores solo porque lo halagan, difunden sus textos o lo acompañan en el camino de su obra. Eso lo convierte en mercenario y no existe hipocresía mayor ni nada que perjudique más a la literatura. Esto es aplicable también a quienes prologan los libros de otros.
- Escribir es una actividad tan noble como levantar una pared o llevar las cuentas de una multinacional. Escribir no asegura un lugar en el Olimpo, no convierte en mejor persona ni da derecho a despreciar a otros. Escribir es una actividad como otras, que se puede hacer mejor o peor, se puede uno volver famoso o no, pero nada más.
- El escritor piensa en el lector. Siempre.
- El escritor tiene un solo y único compromiso: dominar profundamente la gramática y la ortografía de su lengua. No hay excusas válidas para la ignorancia. Así como a un carpintero se le exige que sepa usar el cepillo y el formón, al escritor se le exige que conozca su idioma.
- La vida personal del escritor puede aparecer en su obra, pero la obra no debe explicarse mediante una biografía. Si la biografía es necesaria para comprenderla, entonces la obra es deficiente y el escritor, malo. Ese es un análisis superficial y chismoso, más propio del periodismo amarillista que de la literatura.
- Se espera que el escritor difunda desinteresadamente los textos de aquellos pares que se destaquen por su estilo. Esta acción debe ser puramente generosa y solidaria y es parte del compromiso que el escritor asume ante la literatura. Lo bueno, como el pan, debe compartirse con otros; no se le debe negar a nadie, sea quien sea, piense lo que piense, crea en lo que crea y sea del color que sea.
Verónica Andrea Ruscio
Buenos Aires, 18 de junio de 2011