Hace unos años
se derrumbó un gimnasio a unas cuadras de casa.
Alguien tapió y el tiempo se ocupó de los restos.
Nadie volvió a pisar ese cuadrado de tierra.
Entonces ella se levantó donde antes había ladrillos
y bicicletas que no llevaban a ningún lado.
Se alzó árbol y, luego, panza amarilla de bichofeo.
Se levantó con los brazos verdes en alto.
Desde la vereda, distingo el antiguo cuadrado
vuelto selva porteña.
En la tele están hablando de carpinchos,
esos animales robustos que expulsamos de casa
como cónyuges infieles
a fuerza de cemento e incendios.
Dicen que han vuelto, que insisten en pasearse por el country
como amos que son.
Parece que han vuelto por sus cosas
con la firme intención de quedarse
sin juicio ni abogados.
Carpinchos invaden Nordelta, dicen.
Carpinchos agresivos, dicen.
Es otra vez ella, que se levanta sobre ladrillos,
que se levanta con el brazo verde en alto.
Es ella, que se alza carpincho
y va a morder con fuerza
para volver a casa.
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